El escondite olfativo
Ya en las primeras líneas de Noche de reyes, la obra de William Shakespeare, Orsino evoca lo efímero del olor de la violeta: «¡Robando y dando olor! Suficiente; no hace falta más. Pero esto no es tan dulce ahora como lo era antes». En efecto, si bien es verdad que la flor ha tenido una reputación amable e inocente a lo largo de los siglos, también ha cargado con un aura misteriosa e incluso melancólica. Sin duda, esto se debe a que su aroma desaparece después de que hayamos podido disfrutarlo unos minutos. ¿La razón? La ionona, el principal componente oloroso de la flor, inhibe nuestro sistema olfativo después de oler varias veces. La flor sigue oliendo, pero pero ya no olemos nada (bueno, temporalmente).
Precisamente la ionona se sintetizó en 1983 en un material perfumado llamado alpha-isomethyl ione. Con un increíble olor a violeta (¡que no se desvanece!), acompañado de notas amaderadas y atalcadas, el compuesto se granjeó un éxito inmediato y se hizo con un puesto importante en la perfumería. Ha eclipsado por completo los extractos naturales de la flor, obtenidos tras procesos costosos y que, además, da resultados inconsistentes que requieren una cantidad considerable de flores.